Ésa es la pregunta que debe de hacerse introspectivamente la nación española para decidir si morimos o vivimos. Así de simple. De una parte, parece lógico pensar que cualquier elemento dotado de un mínimo de inteligencia o aún prescindiendo de ésta, de al menos un mero instinto de supervivencia aunque fuese de plano animal, no es proclive a actividades conductuales propensas a su autodestrucción. En España, a pesar de no estar siendo invadidos por una agente externo que promueva nuestra desaparición, estamos claudicando y agonizando lenta aunque inexorablemente destinados a sucumbir y a desaparecer.
Una nación, por más fuerte y viva que esté, necesita para su continuación y supervivencia ser albergada en lo más profundo del corazón y del sentimiento de su pueblo. Una nación, para su prosperidad, debe de ser indubitada y netamente asumida sin fisuras por aquéllos que la integran, sin más margen a la discusión que ninguno. Nosotros llevamos muchos años por siglos contemplando sentados en una silla la deconstrucción de la nación española, su destrucción. Su negación intencionada y su distorsión interesada por agentes externos, pero ante todo internos. España, su unidad e integridad como nación, así como los elementos que constituyen su esencia y su ser no son susceptibles ni de transacción, ni de negociación, ni de interpretación alguna que no reconozca exactamente, uno su existencia, y dos, su naturaleza.
El TC, muchos partidos políticos y el nacionalismo separatista son leucemia para España |
La última daga hincada en el ya castigado cuerpo de la nación, se ha encargado de propinársela el Tribunal Constitucional. Éste ha declarado la licitud de la existencia del partido separatista y pro-terrorista SORTU. Cabe plantearse en aras a la sanidad y erradicación de elementos lesivos para la integridad total de la nación si la sentencia pronunciada por el Tribunal Constitucional es escrupulosamente respetuosa con la Constitución de 1978 a la que obedece. Pues de ser así, merece ser modificada en la medida en que este tipo de sentencias no puedan hallar apoyo legal ni normativo alguno, ya que esa base acredita la ruptura entre la nación española y la Ley Fundamental que pretende reflejar a esta última.
En definitiva, abogo directamente por excluir y erradicar del plano político español a aquellas formaciones no ya que atenten material y directamente contra la nación, sino ampliar dicho veto a los partidos y formaciones que nieguen la realidad, unidad y existencia de la nación española. A partir de esa base, sólida, fuerte, inmóvil, y fecunda, podrá formularse cuanto en términos de posibilidades políticas se quiera, pero siempre quedando a salvo tal premisa fundamental.