Estos días han
corrido ríos de tinta en torno a la figura de Adolfo Suárez, el presidente que
nos llevó a la democracia. Grandes personalidades del mundo de la política y
del periodismo han escrito muchas y precisas palabras loando su figura.
Nací en el año
1995 y cuando empecé a tener uso de razón, Adolfo Suárez había empezado ya su
última batalla: la del alzhéimer. ¿Qué hace entonces un pipiolo de dieciocho
años escribiendo sobre Suárez cuando otros tantos ya lo han hecho y lo han
hecho tan bien?
El motivo es
muy sencillo. Necesito darle las gracias. Como he dicho, nací
en 1995 y, por tanto, soy hijo de una democracia consolidada (tal vez no la
mejor, pero hoy nadie duda de que es el menos imperfecto de los sistemas
políticos). Por eso, pienso que es bueno que la gente de mi generación eche la
vista atrás y se pregunte por quienes nos proporcionaron la libertad de la que
ahora disfrutamos.
Son muchos los
hombres que contribuyeron a esta gran empresa. Cito solo algunos de ellos. El Rey Juan Carlos, ahora muy cuestionado, pero que
todos apuntan como figura clave en la Transición. Fue el
“productor”, el posibilitador, de la película de
nuestro camino a la democracia. Torcuato Fernández Miranda,
probablemente el más olvidado. Consiguió introducir a Suárez en la terna del
Consejo del Reino en el año 76, redactó la Ley para la Reforma Política
–el suicidio político del franquismo– y fue presidente de las Cortes entre 1975
y 1977. Fue el “guionista” de la transición.
Jurando el cargo de presidente,
en presencia del Rey y de Fernández Miranda
Después de estas
dos grandes figuras, llegan otras que están algún escalón por debajo. Los
colaboradores más cercanos a Don Adolfo, entre los que destacan Fernando Abril, Landelino Lavilla, Manolo Gutiérrez Mellado y Carmen Díez de Rivera –además de Amparo Illana, la única mujer en esta historia–, Felipe González, como líder de la oposición, Santiago Carrillo, cuyo mayor mérito fue fiarse de
Suárez, y el resto de padres de la Constitución. No podemos tampoco olvidar a las fuerzas de seguridad del Estado, que sufrieron el
feroz terrorismo de ETA, ni, por supuesto, al pueblo español,
principal impulsor del cambio hacia la libertad.
Pero el “actor protagonista” de toda esta historia, el
canalizador de las ansias de libertad de toda una nación (o casi toda) y, a
quien, en último término, debemos el triunfo de la democracia en nuestro país
no es otro que Don Adolfo Suárez González, siempre apoyado en su
mujer, Amparo (qué nombre más adecuado) y en su
recia fe católica.
Me temo que, por
la supina pero terca ignorancia de algunos, tendré que empezar aclarando que Adolfo Suárez no era falangista y mucho menos fascista.
Fue Secretario General del Movimiento, pero solo de nombre. Desde los ocho
años, Adolfo Suárez decía que quería ser presidente del gobierno. Mientras
estudiaba la carrera, firmaba los libros como “Adolfo Suárez, futuro
presidente del gobierno”. Lo tenía muy claro y, por eso, Suárez era
un posibilista. De la mano de Fernando Herrero Tejedor, su mentor político,
llegó a cargos de peso en la sociedad española. Primero fue gobernador civil de
Ávila, más tarde, Director General de RTVE, y, sí, por último, jefe del
Movimiento. Alcanzó estos puestos con la única intención de –permítanme el
coloquialismo– “colocarse”; Adolfo Suárez llevaba camisa azul, pero fue siempre
un demócrata (por cierto, era hijo y nieto de republicanos).
No es mi
intención hacer un resumen de la
Transición , pero sí que daré algunas pinceladas muy
concretas. Nadie puede olvidar la imagen de ese Suárez aliviado, recogiéndose en su escaño después de la
aprobación de la Ley
para la Reforma
Política. Años después, al ser preguntado sobre ese momento
diría: “Fue una acción de gracias”.
En su vídeo para
la campaña de las primeras elecciones democráticas acuñó su eterno “Puedo prometer y prometo”. El discurso contenía
siete promesas y las siete fueron cumplidas, de las que destaca la primera:
“Puedo prometer y prometo intentar elaborar una Constitución en
colaboración con todos los grupos representados en las Cortes, cualquiera que
sea su número de escaños”.
No solo lo
intentó, sino que tuvo éxito, éxito que alcanzó con su mayor arma: el consenso.
El hombre del consenso, durante los Pactos de la Moncloa
Cuatro años más
tarde, al observar su incapacidad para sacar a España de la crisis del
petróleo, toma una decisión sencilla, pero que hoy parece inusitada en un
político: dimitió. Lo glosa él mejor que yo en el discurso
en que comunicaba su decisión a todos los españoles:
“Mi marcha es más beneficiosa para España que mi permanencia en la
presidencia”.
Les reto a que encuentren un patriota mayor.
También
permanece en la retina de todos su enfrentamiento con Tejero,
el 23 de febrero de 1981. Lo que tal vez no sepa todo el mundo son las palabras
que le dirigió al golpista:
“Cuádrese. Le está hablando su presidente”.
Pero tal vez
la imagen que mejor resuma sus últimos años en el gobierno, antes de que
llegasen sus múltiples reconocimientos, es esta (también tomada durante la
noche del 23F ).
Abandonado por su partido y acosado ferozmente por la oposición (confieso que me
hierve la sangre ver a Alfonso Guerra echándole
flores cuando en su día le llamo “el tahúr del Mississippi”).
Interesante
cuestión la de la UCD, el partido que él fundó. Muchos apuntan a que
perdió el control, pero no explican el porqué, y al no explicarlo parecen
asumir que se debió a falta de liderazgo. Nada más lejos de la realidad,
pues Suárez era un líder nato. Esas personas olvidan que la UCD era una coalición de nada
menos que dieciséis partidos. Lo que sorprende es que consiguiera mantenerlo
unido durante cuatro años.
La última
imagen con la que me quedo es probablemente la más dolorosa para los que le
admiramos. Fue en Albacete, en 2003. Adolfo tomaba la palabra en un mitin del
Partido Popular para apoyar la candidatura de su hijo a la presidencia de
Castilla la Mancha. Su
círculo más cercano ya lo sabía, pero aquel día nos dimos cuenta todos. “Tengo un lío de mil demonios con los papeles”, se
excusó con su habitual sonrisa picarona. Era el principio de la enfermedad.
Una paradoja
que el hombre que más ha hecho por España en la segunda mitad del siglo XX, el
que fue su primer presidente democrático después del franquismo, el del Premio
Príncipe de Asturias de la
Concordia , el del Toisón de Oro, el de la Real Orden de Carlos
III y tantos otros reconocimientos, no recuerde nada. Pero su memoria aún vive
en el corazón de todos los españoles, tanto en los de aquellos que
presenciaron su obra, como en los que no la vimos, pero que igualmente tanto,
tanto le debemos. Gracias, presidente. Descanse en paz.
Jaime Cervera,
estudiante de Historia y Periodismo
@cerverajaime
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