miércoles, 23 de abril de 2014

Gracias, Don Adolfo

Estos días han corrido ríos de tinta en torno a la figura de Adolfo Suárez, el presidente que nos llevó a la democracia. Grandes personalidades del mundo de la política y del periodismo han escrito muchas y precisas palabras loando su figura.
Nací en el año 1995 y cuando empecé a tener uso de razón, Adolfo Suárez había empezado ya su última batalla: la del alzhéimer. ¿Qué hace entonces un pipiolo de dieciocho años escribiendo sobre Suárez cuando otros tantos ya lo han hecho y lo han hecho tan bien?
El motivo es muy sencillo. Necesito darle las gracias. Como he dicho, nací en 1995 y, por tanto, soy hijo de una democracia consolidada (tal vez no la mejor, pero hoy nadie duda de que es el menos imperfecto de los sistemas políticos). Por eso, pienso que es bueno que la gente de mi generación eche la vista atrás y se pregunte por quienes nos proporcionaron la libertad de la que ahora disfrutamos.
Son muchos los hombres que contribuyeron a esta gran empresa. Cito solo algunos de ellos. El Rey Juan Carlos, ahora muy cuestionado, pero que todos apuntan como figura clave en la Transición. Fue el “productor”, el posibilitador, de la película de nuestro camino a la democracia. Torcuato Fernández Miranda, probablemente el más olvidado. Consiguió introducir a Suárez en la terna del Consejo del Reino en el año 76, redactó la Ley para la Reforma Política –el suicidio político del franquismo– y fue presidente de las Cortes entre 1975 y 1977. Fue el “guionista” de la transición.
Jurando el cargo de presidente, en presencia del Rey y de Fernández Miranda

Después de estas dos grandes figuras, llegan otras que están algún escalón por debajo. Los colaboradores más cercanos a Don Adolfo, entre los que destacan Fernando AbrilLandelino LavillaManolo Gutiérrez Mellado y Carmen Díez de Rivera –además de Amparo Illana, la única mujer en esta historia–, Felipe González, como líder de la oposición, Santiago Carrillo, cuyo mayor mérito fue fiarse de Suárez, y el resto de padres de la Constitución. No podemos tampoco olvidar a las fuerzas de seguridad del Estado, que sufrieron el feroz terrorismo de ETA, ni, por supuesto, al pueblo español, principal impulsor del cambio hacia la libertad.
Pero el “actor protagonista” de toda esta historia, el canalizador de las ansias de libertad de toda una nación (o casi toda) y, a quien, en último término, debemos el triunfo de la democracia en nuestro país no es otro que Don Adolfo Suárez González, siempre apoyado en su mujer, Amparo (qué nombre más adecuado) y en su recia fe católica.


Me temo que, por la supina pero terca ignorancia de algunos, tendré que empezar aclarando que Adolfo Suárez no era falangista y mucho menos fascista. Fue Secretario General del Movimiento, pero solo de nombre. Desde los ocho años, Adolfo Suárez decía que quería ser presidente del gobierno. Mientras estudiaba la carrera, firmaba los libros como “Adolfo Suárez, futuro presidente del gobierno”. Lo tenía muy claro y, por eso, Suárez era un posibilista. De la mano de Fernando Herrero Tejedor, su mentor político, llegó a cargos de peso en la sociedad española. Primero fue gobernador civil de Ávila, más tarde, Director General de RTVE, y, sí, por último, jefe del Movimiento. Alcanzó estos puestos con la única intención de –permítanme el coloquialismo– “colocarse”; Adolfo Suárez llevaba camisa azul, pero fue siempre un demócrata (por cierto, era hijo y nieto de republicanos).


No es mi intención hacer un resumen de la Transición, pero sí que daré algunas pinceladas muy concretas. Nadie puede olvidar la imagen de ese Suárez aliviado, recogiéndose en su escaño después de la aprobación de la Ley para la Reforma Política. Años después, al ser preguntado sobre ese momento diría: “Fue una acción de gracias”.


En su vídeo para la campaña de las primeras elecciones democráticas acuñó su eterno “Puedo prometer y prometo”. El discurso contenía siete promesas y las siete fueron cumplidas, de las que destaca la primera:

“Puedo prometer y prometo intentar elaborar una Constitución en colaboración con todos los grupos representados en las Cortes, cualquiera que sea su número de escaños”.

No solo lo intentó, sino que tuvo éxito, éxito que alcanzó con su mayor arma: el consenso.


El hombre del consenso, durante los Pactos de la Moncloa

Cuatro años más tarde, al observar su incapacidad para sacar a España de la crisis del petróleo, toma una decisión sencilla, pero que hoy parece inusitada en un político: dimitió. Lo glosa él mejor que yo en el discurso en que comunicaba su decisión a todos los españoles:

“Mi marcha es más beneficiosa para España que mi permanencia en la presidencia”.
Les reto a que encuentren un patriota mayor.
También permanece en la retina de todos su  enfrentamiento con Tejero, el 23 de febrero de 1981. Lo que tal vez no sepa todo el mundo son las palabras que le dirigió al golpista:
“Cuádrese. Le está hablando su presidente”.
Pero tal vez la imagen que mejor resuma sus últimos años en el gobierno, antes de que llegasen sus múltiples reconocimientos, es esta (también tomada durante la noche del 23F). Abandonado por su partido y acosado ferozmente por la oposición (confieso que me hierve la sangre ver a Alfonso Guerra echándole flores cuando en su día le llamo “el tahúr del Mississippi”).
Interesante cuestión la de la UCD, el partido que él fundó. Muchos apuntan a que perdió el control, pero no explican el porqué, y al no explicarlo parecen asumir que se debió a falta de liderazgo. Nada más lejos de la realidad, pues Suárez era un líder nato. Esas personas olvidan que la UCD era una coalición de nada menos que dieciséis partidos. Lo que sorprende es que consiguiera mantenerlo unido durante cuatro años.
La última imagen con la que me quedo es probablemente la más dolorosa para los que le admiramos. Fue en Albacete, en 2003. Adolfo tomaba la palabra en un mitin del Partido Popular para apoyar la candidatura de su hijo a la presidencia de Castilla la Mancha. Su círculo más cercano ya lo sabía, pero aquel día nos dimos cuenta todos. “Tengo un lío de mil demonios con los papeles”, se excusó con su habitual sonrisa picarona. Era el principio de la enfermedad.
Una paradoja que el hombre que más ha hecho por España en la segunda mitad del siglo XX, el que fue su primer presidente democrático después del franquismo, el del Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, el del Toisón de Oro, el de la Real Orden de Carlos III y tantos otros reconocimientos, no recuerde nada. Pero su memoria aún vive en el corazón de todos los españoles, tanto en los de aquellos que presenciaron su obra, como en los que no la vimos, pero que igualmente tanto, tanto le debemos. Gracias, presidente. Descanse en paz.
Jaime Cervera, estudiante de Historia y Periodismo

@cerverajaime


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